Las Naciones Unidas la señala como la población más oprimida del mundo; son parias en su tierra. La mayoría de los rohingya son pobres y viven en Rakhine, Birmania, uno de los pueblos más excluido y alejado del país asiático.
A fines de agosto de este año, 1500 casas fueron quemadas y más de 400 personas asesinadas. Otros miles lograron escapar al país limítrofe, Bangladesh, cruzando el río NAF. Son niños, mujeres y hombres desarmados. Los persigue y masacra el ejercito birmano junto a una secta radical budista.
Si bien los medios de comunicación y organizaciones internacionales lo ha denominado una limpieza étnica – los rohingya son musulmanes en un país con un 90% de budistas-, la realidad es más compleja, y la presencia de China como principal inversor de las tierras desalojadas marca que el conflicto también responde a intereses económicos.
En la columna conversamos con Saskia Sassen, socióloga holandesa, docente de la Universidad de Columbia, quien explica cómo el desarrollo económico es un factor importante en estos procesos de expulsión.
Espacio producido por Cecilia Osorio.
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