Un policía asesina a un pibe de un barrio pobre. Puede ser en Marconi o Santa Catalina, en el Conurbano bonaerense, en un morro de Rio de Janeiro, en un barrio argelino de Marsella o en un ghetto de Estados Unidos, pero la historia siempre es la misma. Los pobres son expulsados hacia la periferia de las ciudades o abandonados en centros colapsados, donde en pocos años el barrio se convierte en zona de marginalidad y violencia. Y el resto de la gente (la que se llama a sí misma «gente de bien») demanda el ejercicio de más violencia sobre esos barrios.
La violencia en las ciudades actuales, tanto física como simbólica, suele ir acompañada de segregación territorial y si no se logra entender que el espacio urbano es uno de los principales factores en la descomposición del lazo social, entonces podemos aplicar políticas educativas, llenar los barrios de ONGs o aumentar las penas a los delitos que cometen quienes viven allí, pero nada va a cambiar para mejorar.
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