Cada tanto sucede algo que empieza a circular en Facebook, Whatsapp o en la calle y luego es tomado por la gente y por los medios masivos tradicionales como un hecho empírico. Luego, no importa si es cierto o no, se convierte en un hecho social con consecuencias reales y empíricas.
Otras veces, un individuo o grupo de individuos localiza todo el «ma»l en un objeto específico, que generalmente tiene un sentido conocido por todos y en gran medida es relevante en algún momento. Sin importar ningún principio republicano, liberal o revolucionario previo, se comienza una campaña orientada a la destrucción (material o simbólica) de ese objeto.
En ambos casos tenemos una reacción imaginaria de deseo que puede ser intermediada por la tecnología, por ejemplo la reacción ante la supuesta inoculación de burundanga en un omnibus o en la salida de la cárcel (absolutamenbte conforme a toda reglamentación) de Pablo Goncálvez.
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